Este proceso es verdaderamente único, pues la alegría, el eco de risas y la espontaneidad cobran vida a medida que descubren tus verdaderas intenciones. Los niños cantan, saltan, corren, hacen bromas, bailan y escalan árboles, envolviéndote en un torbellino de gracia, ternura y astucia. Te ves absorbido por su energía contagiosa, y es entonces cuando te das cuenta de que el verdadero propósito del viaje son ellos. Así, te sumerges en su propia realidad, en un viaje fascinante hacia la esencia misma de la comunicación propia.
Entonces, me dirigí a uno de los niños y le pregunté: «¿Qué significa para ti la comunicación propia?» Sin dudar, respondió con una sabiduría que trascendía su corta edad: «Es aquella que nos permite caminar en armonía con nuestra tierra, donde nos sentimos orgullosos de nuestra identidad, donde nos conectamos con la naturaleza y preservamos nuestras raíces. Nosotros estamos construyendo una educación para la vida, una que nos enseña a pervivir y a convivir en paz con los demás».
Luego, me acerqué a sus padres y les hice otra pregunta: «¿Cuál es su sueño para sus hijos?» Con una mirada llena de determinación, respondieron al unísono: «Nuestro sueño es que nunca toquen un arma y que se conviertan en grandes líderes que traigan desarrollo, paz y oportunidades a esta tierra. No queremos que ningún joven tenga que enfrentarse a la guerra. Nosotros, como padres, no trajimos hijos al mundo para la violencia».
Al reflexionar sobre las palabras tanto de estos padres como de los niños, se evidencia la profunda conexión con la comunicación propia, que no solo facilita la relación con el entorno, sino que también se sustenta en dos valores fundamentales. Por un lado, permite a las comunidades expresar sus necesidades y preocupaciones en un contexto más amplio, fortaleciendo así la defensa del territorio. Por otro lado, la comunicación propia se convierte en un elemento político organizativo que teje vínculos sólidos desde los territorios, promoviendo el empoderamiento local y la cohesión social incluyendo a la familia en todo el proceso.
Sin embargo, la falta de entendimiento por parte de la institucionalidad hacia los territorios, crea una brecha profunda que separa las realidades locales de las decisiones políticas y administrativas. Este distanciamiento perpetúa un ciclo de desconexión y desconfianza entre las comunidades y las autoridades, lo que dificulta enormemente la implementación efectiva de políticas y programas destinados al desarrollo y bienestar de dichos territorios. La falta de comprensión de las necesidades específicas y las dinámicas culturales propias de cada región conduce a soluciones genéricas e inadecuadas que no abordan las verdaderas problemáticas que enfrentan las comunidades.
El desencuentro entre las instituciones y las comunidades locales se manifiesta también en la escasa apertura al diálogo y la falta de consulta con los actores locales. Esta falta de interacción debilita la legitimidad de las acciones gubernamentales y obstaculiza la posibilidad de encontrar soluciones colaborativas y sostenibles para los desafíos que enfrentan las comunidades en sus territorios. Por ello, es fundamental que las instituciones reconozcan y valoren la experiencia y el conocimiento local, integrándolos de manera activa en el diseño e implementación de políticas y programas. Solo a través de un enfoque inclusivo y participativo podemos superar esta brecha y avanzar hacia un desarrollo verdaderamente sostenible y equitativo en todas las regiones.
No obstante, antes de zarpamos hacia cualquier estrategia de desarrollo o promoción de medios de vida, nos corresponde indagar si hemos erigido los cimientos adecuados para edificar una sociedad donde la comunicación sea el vínculo que nos una en vez de la muralla que nos divida. ¿Será que la comunicación constituye la senda auténtica que debemos transitar antes de emprender el camino hacia la paz o el desarrollo? ¿Acaso nos falta reconocer la humanidad que late en el otro, incluso en medio del conflicto? Quizás aún no vislumbramos en toda su magnitud la importancia esencial de la comunicación propia en la trama social y el desarrollo duradero de nuestras comunidades. Son las comunidades quienes nos instruyen y nos muestran los caminos, incitándonos a reflexionar y preguntarnos si hemos cimentado los fundamentos apropiados para construir una sociedad donde la comunicación sea el vehículo que nos guíe hacia un horizonte de paz y prosperidad.
Indudablemente, la verdadera metamorfosis arranca desde el interior, en el seno de nuestras comunidades, donde la escucha atenta, el diálogo inclusivo y el reconocimiento de la humanidad en el otro se transforman en los pilares sobre los que se levanta un porvenir promisorio.
Deseo extender mi más sincero agradecimiento al inspirador proceso de comunicación de Kiwethegsawesx Luucs, así como a sus asombrosos niños, y a sus valientes padres y dedicados docentes, quienes actúan como sembradores incansables de vida, esperanza y sueños. Su labor incansable y su compromiso inquebrantable son estrellas en nuestro camino hacia un futuro lleno de posibilidades y bienestar.